Según
cifras de la ONU, si las emisiones de gases de efecto invernadero provocadas
por el hombre siguen aumentando, la temperatura media de la atmósfera inferior
de la Tierra podría incrementar en más de 4º C a finales del siglo XXI.
Por
esta razón, en 1997, los principales países industrializados, miembros de la
Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), se
reunieron en Kioto (Japón) para buscar una solución conjunta al calentamiento
global.
De
esta reunión nació el Protocolo de Kioto, que se ratificó el 16 de febrero de
2005, y cuyo objetivo era reducir al menos un 5 % las emisiones contaminantes
con respecto a los niveles de 1990.
En
esta década se han superado los objetivos de reducción de emisiones del 5 %
inicial a casi el 23 % respecto a los niveles iniciales. El plazo marcado era
de cinco años, desde 2008 a 2012, pero se prorrogó en 2013 con objetivos
concretos hasta 2020.
El
protocolo busca la reducción de emisiones de seis gases de efecto invernadero:
dióxido de carbono, (CO2), metano (CH4), óxido nitroso (N2O),
hidrofluorocarbonos (HFC), perfluorocarbonos (PFC) y hexafluoruro de azufre
(SF6).
Además
del cumplimiento en la reducción de emisiones, el protocolo promueve la
generación de un desarrollo sostenible mediante el uso de energías limpias y
renovables.
La
Unión Europea ha establecido su propio acuerdo interno para alcanzar su
objetivo del 8 % distribuyendo diferentes porcentajes entre sus estados
miembros.
Estos
objetivos oscilan entre recortes del 28 % en Luxemburgo y del 21 % en Dinamarca
y Alemania a un aumento del 25 % en Grecia y del 27 % en Portugal.
España,
por su parte, no cumplió con su compromiso de limitar el aumento de emisiones
de gases invernadero al 15% durante el primer período, pero sus emisiones han disminuido durante
los últimos años.
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