Se cumple hoy 1 septiembre, 2014, exactamente un siglo de la extinción de una de las
aves más espectaculares del mundo, la paloma migratoria americana (Ectopistes
migratorius), cuyos gigantescos bandos de millones de ejemplares dejaron
atónitos a los primeros europeos que recorrieron América del Norte.
La extinción de la paloma migratoria (Ectopistes migratorius) es un fenómeno paradójico en biología de la conservación que nos debería hacer reflexionar a los seres humanos sobre la capacidad de destrucción masiva de una especie contada por millones de ejemplares en una época, el siglo XIX, donde nuestra huella e influencia sobre el entorno era infinitamente menor que actualmente.
Macho y hembra de
paloma migratoria americana dibujados por John Audubon en el siglo XIX.
Esos mismos hombres
las cazaron con tal avidez que consiguieron que no quedara ni una sola. Era tal
la abundancia de aquel recurso que lo consideraban inagotable. Pero en unas
pocas décadas descubrieron que la persecución masiva y constante en sus zonas de
cría y descanso estaban borrando aquella maravilla natural de la faz de la
Tierra. Con sus hábitos coloniales, las palomas eran extremadamente fáciles de
capturar. Cuando se dieron cuenta de que esa persecución masiva estaba
aniquilándolas, quisieron evitarlo, pero ya era demasiado tarde. Habían causado
tal destrozo que las poblaciones no pudieron recuperarse y desaparecieron para
siempre.
Todavía
viven algunas personas que recuerdan haber visto palomas en su juventud; aún
quedan árboles en pie que fueron sacudidos por ese viento viviente. Pero dentro
de unas décadas sólo los viejos robles lo recordarán y, después, tan sólo las
colinas lo sabrán.
Aldo Leopold, Un monumento a la paloma migratoria, 1947
Sabemos que hace justo 100 años de la muerte de la última paloma migratoria porque fue precisamente un 1 de septiembre de 1914 cuando murió en el Zoo
de Cincinnati el último ejemplar conocido, una hembra apodada Martha. La
última de las palomas migratorias vivió sus últimos años solitaria y sin
posibilidad de reproducirse, conservada como una reliquia de la América
salvaje, un testimonio vivo de lo que la avaricia y la estupidez humana pueden
llegar a producir.
La extinción de la
paloma migratoria americana es un ejemplo conmovedor de lo que sucede cuando
los intereses del hombre chocan con los de la naturaleza
Son muchas las especies de aves extinguidas en el mundo por la acción
humana. Pero pocas desapariciones son tan dramáticas como la de la paloma
migratoria americana. Si es triste el destino de cualquier especie que se
pierde, es más desolador aún el de las condenadas en vida, como ocurrió con Martha.
Y un estupendo relato también para nuestros días, cuando seguimos cometiendo
los mismos errores y repitiendo por todo el globo y a una escala inimaginable
la misma matanza y el mismo suicidio que se vivió en América con la paloma
migratoria. Basta ver cómo el último informe de BirdLife International y la IUCN señala
que el 13% de las especies actuales de aves está en riesgo de extinción.
La especie fue considerada la más abundante de EEUU
Para hacerse una idea del volumen de lo perdido, se piensa que la especie llegó a representar entre el 25% y el 40% de
la población total de aves de los Estados Unidos y que había entre 3.000 y
5.000 millones de palomas migratorias en el momento en el que los europeos
descubrieron América, según datos de la Smithsoniam Institution de EEUU.
Bando de millones de ejemplares de paloma migratoria.
En el siglo XVII, los primeros exploradores y colonos de América del Norte
mencionaron con frecuencia a las palomas migratorias. El navegante francés
Samuel de Champlain, fundador de la ciudad de Quebec, informó en 1605 de que
había “innumerables” palomas en los nuevos territorios; el misionero Gabriel
Sagard-Theodat, que exploró la tierra de los indios Hurones, escribió de
“multitudes infinitas”, y el médico británico Cotton Mather describió un bando
de palomas en migración que debía abarcar una milla de ancho y que estuvo
volando por encima de él durante horas.
El naturalista y dibujante John James Audubon, padre de la ornitología en
EEUU, describió así la migración en 1813: “Desmonté del caballo, me senté en un
promontorio y empecé a anotar un punto por cada bandada que lograba avistar
desde allí. En un rato me convencí de que era imposible seguir porque los
pájaros no dejaban de pasar en incontables multitudes. Me levanté y cuando
conté los puntos vi que había anotado 163 bandadas en 21 minutos [...] El aire
estaba literalmente repleto de palomas; la luz del mediodía estaba oscurecida
como por un eclipse; las cagadas caían del aire de forma no muy distinta a como
lo hacen los copos de nieve y el continuo zumbido producido por el agitar de
las alas tenía la capacidad de mecer los sentidos hasta adormecerme [...] Al
final del día llegué a Lousville, a 55 millas, y las palomas seguían pasando en
números similares, y lo siguieron haciendo durante tres días consecutivos”.
Las claves de la desaparición
Con tal abundancia, parece increíble que la paloma migratoria pudiera
llegar a extinguirse. Pero debido a la caza y la pérdida de hábitat se
transformó en una especie sumamente escasa a finales del XIX. Se habían
convertido en una apreciada fuente de comida y un recurso perseguido ‘industrialmente’
para abastecer un gran circuito comercial. Fueron cazadas sin descanso,
disparadas, capturadas en redes o chamuscadas en los dormideros comunales que
construían en los árboles.
El último avistamiento (y muerte) de una paloma salvaje data de 1900, en el
condado de Pike (Ohio). Desde entonces se ofrecieron recompensas por el
avistamiento de nuevos ejemplares, pero no hubo más. De 1909 a 1912, la
American Ornithologists’ Union ofreció 1.500 dólares a cualquier persona que
encontrara un nido o colonia de anidación de palomas migratorias, pero estos
esfuerzos fueron inútiles.
Después de eso, sólo sobrevivieron unas pocas en cautividad, que no fueron
capaces de reproducirse entre ellas. La paloma migratoria era un ave colonial y
gregaria y necesitaba un gran número de condiciones óptimas para la cría. Entre
otras cosas, se cree que sólo comenzaba la nidificación cuando el número de
congéneres que la rodeaba era de miles de ellos. La última paloma en morir fue Martha,
que vivió 29 años en el Zoo de Cincinnati y cuyo cuerpo se conserva en el Museo
de Historia Natural de la Institución Smithsonian de Washington.
Descripción de la especie
paloma migratoria o paloma salvaje pertenece al orden Columbiformes. Su
nombre científico es Ectopistes migratorius. Ectopistes significa
“moverse o vagar”, por lo que la nomenclatura de la especie indica que era un
ave que no sólo migraba en la primavera y el otoño sino que también se
desplazaba continuamente para seleccionar entornos favorables para la
alimentación y el descanso.
Dimorfismo sexual, macho y hembra, pintados por
Louis Agassiz.
Su morfología iba acorde con sus características viajeras, con un vuelo
descrito como ligero, veloz y con gran maniobrabilidad. La cabeza y el cuello
eran pequeños; la cola larga y en forma de cuña, y las alas, largas y
puntiagudas, impulsadas por grandes músculos pectorales que le daban capacidad
para el vuelo prolongado. Los machos alcanzaban los 40 centímetros y tenían la
cabeza y las partes superiores de un gris azulado con rayas negras en las alas.
Lucían parches iridiscentes rosáceos en la garganta que cambiaban a un verde y
púrpura metálicos en la parte posterior del cuello. El pecho era de un rosa
suave, sombreado gradualmente a blanco en la parte inferior del abdomen. Los
iris eran de color rojo brillante, al igual que las patas, de un rojo más
tenue. Los colores de las hembras eran más apagados y pálidos.
El hábitat de la paloma migratoria
La principal zona de nidificación de la paloma migratoria estaba en la
región de los Grandes Lagos y el este de Nueva York. Las principales áreas de
invernada se extendían desde Arkansas hasta Carolina del Norte. Su rango
migratorio se extendía desde el centro de Ontario, Quebec y Nueva Escocia hasta
las tierras altas de Texas, Louisiana, Alabama, Georgia y Florida.
El hábitat de la paloma migratoria estaba constituido por bosques mixtos de
frondosas. Dependían de ellos para anidar en primavera y como refugio invernal
para encontrar comida. Las bellotas, castañas, hayucos, semillas y bayas eran
el pilar de su dieta, que se completaba con insectos en primavera y verano.
Durante el invierno, las aves establecían dormideros comunales que llegaban
a tener tal volumen de ocupación que provocaban la rotura de las ramas por el
peso. Por la mañana, los pájaros volaban en grandes bandadas para recorrer el
campo en busca de alimentos. Por la noche volvían a la zona de descanso y su
parloteo se oía desde millas de distancia, según reportaba la gente de la
época. Cuando el suministro de alimentos se agotaba o las condiciones
meteorológicas eran adversos, establecían un nuevo dormidero.
Los vuelos migratorios de la paloma migratoria eran espectaculares. Los
pájaros volaban a una velocidad estimada de unos 60 kilómetros por hora. Los
observadores señalaban que los vuelos duraban desde la mañana hasta la noche y
se prolongaban durante varios días.
Distribución de la
paloma migratoria, con el área de nidificación en rojo y la de invernada en
línea punteada verde.
El momento de la migración de primavera dependía de las condiciones
meteorológicas. Bandos pequeños llegaban a veces a las zonas de nidificación
del norte a principios de febrero, pero la migración principal ocurría en marzo
y abril. Los sitios de nidificación se establecían en zonas forestales que
tenían un suministro suficiente de alimento y agua dentro de un rango de vuelo
diario.
Como no hay datos, sólo es posible dar estimaciones sobre el tamaño y la
población de esas áreas de anidación. Un solo sitio podía cubrir muchos miles
de hectáreas y los pájaros estaban tan congestionadas en ellas que podían
contarse cientos de nidos en un solo árbol. En el siglo XIX, se informó de que
una zona de nidificación en Wisconsin abarcaba 850 kilómetros cuadrados y que
el número de aves se estimaba en 136 millones.
Los nidos se construían con palos y ramas pequeñas y tenían alrededor de
unos 30 centímetros. La puesta era de un solo huevo, blanco y alargado y la
incubación duraba 12-14 días. Ambos padres compartían la incubación y la
alimentación de los pollos.
Los expertos discrepan sobre la cantidad de veces que la paloma migratoria
podía llegar a anidar en una temporada. La opinión general es que normalmente
lo hacían dos veces, pero esto no puede ser probado ni refutado puesto que no
hubo un registro exacto de los agrupamientos.
Puesto que la paloma migratoria se
congregaba en números tan enormes, necesitaba grandes bosques para existir.
Cuando los primeros colonos despejaron los bosques del Este para la
agricultura, las palomas migratorias se cambiaron su territorio a los bosques
que aún quedaban y comenzaron a utilizar los campos de cereales. Las bandadas
causaban daños a los cultivos y los agricultores las persiguieron usándolas
como fuente de carne, aunque esto no parece que hiciera disminuir seriamente el
número total de aves.
Realmente, la notable disminución de las
palomas migratorias comenzó cuando los cazadores profesionales comenzaron a
usar redes y a disparar a los pájaros para venderlos en los mercados de la ciudad. Aunque las aves siempre habían sido utilizadas como alimento, también por
los indios de forma ancestral, la
verdadera masacre comenzó a partir de 1800.
No había leyes que restringieran el
número de palomas que podían matarse ni los métodos de captura. Puesto que tenían hábitos comunales, eran fáciles de atrapar. Se disparaba
a los adultos en los nidos y también se atrapaba a los jóvenes pichones tirando
los nidos al suelo con palos largos. También se las cogía por miles colocando
ollas de fuego y azufre bajo los dormideros, con lo que el humo aturdía a las
aves que caían al suelo.
Cuando la carne de paloma se hizo popular, la caza comercial comenzó en una
escala prodigiosa John Audubon
describió los preparativos para una cacería, con numerosas personas acampadas
con caballos, carros, armas y municiones. Llega a mencionar cómo dos
agricultores de una localidad distante unos 100 kilómetros habían llevado hasta
allí a 300 cerdos para engordarlos con las palomas que iban a ser sacrificadas.
Ilustración de un
dispositivo con redes para la caza de paloma, dibujado por Cockburn en 1829
Las palomas se enviaban en vagón de
carga a las ciudades del Este, donde se vendían a medio dólar la docena. Los esclavos y los siervos en la América del siglo XIX a menudo no veían
ninguna otra carne. En 1850 la destrucción de las palomas llegó al máximo
extremo y para 1860 empezó a observarse que el número de aves parecía estar
disminuyendo, pero aún así la masacre continuó, acelerándose a medida que se
desarrollaron más ferrocarriles y telégrafos.
Uno de los últimos grandes anidamientos de palomas migratorias se pudo
contemplar en Petoskey (Michigan) en 1878. En aquel lugar, se estuvieron
capturando 50,000 aves por día y esa tasa continuó durante casi cinco meses.
Cuando los adultos que se salvaron intentaron una segunda puesta en nuevos
sitios, fueron localizados por los cazadores profesionales y atrapados antes de
que tuvieran la oportunidad de sacar adelante la nidada.
Poco a poco las voces que advertían sobre el ritmo exagerado de capturas
empezaron a oírse y se aprobó en Michigan una ley que prohibía cazar palomas a
menos de dos millas de los nidos, aunque esa legislación no llegó a cumplirse.
A principios de la década de 1890 la
paloma migratoria había desaparecido casi por completo. Ya era demasiado tarde
para protegerlos por la aprobación de leyes. En 1896, el último gran bando que
se observó tenían unos 250.000 ejemplares, que murieron a manos de los
cazadores a sabiendas de que era la última bandada de ese tamaño. En 1897 se presentó un nuevo proyecto de ley, que esta vez abogaba por
una veda de 10 años para permitir la recuperación. Fue un gesto inútil, porque
para aquel momento las aves que quedaban no eran suficientes para restablecer
la especie.
La estrategia de supervivencia de la
paloma migratoria se había basado en la táctica de las grandes masas y
densidades de población. Las
grandes bandadas eran un seguro contra la depredación y otros riesgos. Cuando
una bandada de cientos de miles de palomas se establecía en un área, el número
de depredadores locales, como zorros, comadrejas y halcones era tan pequeño en
comparación con la densidad total de aves que poco daño podían generar al
conjunto de la población.
hombre, que las aniquiló en sus nidos de forma industrial y fácil. Lo
cierto es que los intereses de la civilización, con la necesidad de aclarar los
bosques para la agricultura, eran diametralmente opuestos a los intereses de
las aves que necesitaban los grandes bosques para sobrevivir. Una de las
conclusiones a las que han llegado los biólogos de la conservación es que las
palomas migratorias estaban en buena parte condenadas. La especie, que basaba
su existencia en las grandes densidades de población, no podía adaptarse a
vivir en pequeñas bandadas. Cuando sus intereses chocaron con los intereses del
hombre, la civilización prevaleció. La masacre sin sentido que se llevó a cabo
en unas pocas décadas del siglo XIX sólo aceleró el proceso de extinción, porque
la conversión de bosques en tierras de cultivo habría dificultado su
supervivencia a largo plazo.
En la Smithsoniam Institution, la entidad científica donde se conserva el
cuerpo de Martha, la última de las palomas migratorias, intentan extraer algún
pensamiento positivo de este monumental drama de la biodiversidad. “El único
resultado valioso de la extinción de la paloma migratoria fue que despertó el
interés del público en la necesidad de contar con leyes de conservación
fuertes. Gracias a que esas leyes se pusieron en práctica posteriormente se
salvaron muchas otras especies de aves y de fauna silvestre”, aseguran.
La cuestión es, ¿estamos seguros de eso? ¿No estamos repitiendo los errores
del pasado y haciendo lo mismo en nuestros días con las tórtolas (Streptopelia turtur), por ejemplo?
Las tórtolas común se contaban por
miles, no con los volúmenes de la paloma migratoria
americana, desde luego, pero sí en unas cantidades que a los que vivimos
entonces nos parecían difíciles de agotar. Hoy, todo aquello es pasado y la
tórtola común es una especie que disminuye y disminuye amenazada como pieza de
caza especialmente criminal son los efectos de la media veda tras la cría y la
pérdida de ejemplares durante la migración ida/vuelta a África. No he visto
ninguna tórtola en los campos este verano, pero sí me he encontrado cazadores,
vagando aburridos y perplejos,
preguntándose qué habrá pasado y qué cosa podrán ahora disparar.