A principios de los años 90 llegó a España un
prestigioso especialista en osos del Fish and Wildlife Service americano que
coordinaba la conservación del grizzly en los EEUU. Tras visitar la Cordillera
Cantábrica acompañado de expertos y autoridades, dio una conferencia en Oviedo,
donde expuso sus conclusiones finales. Éstas no podían ser más pesimistas: la
población cantábrica de osos era demasiado pequeña, pero sobre todo vivía en un
medio tan humanizado que sus posibilidades de pervivencia eran inexistentes.
Aquel biólogo tenía una enorme experiencia en USA y
Canadá, pero los extensos paisajes americanos y su cultura de conservación le
hicieron errar en su pronóstico para Europa. Allí, las grandes extensiones casi
vírgenes con escasa o nula población humana han propiciado la separación entre
animales y personas. En Norteamérica hay sitio para todos, lo cual les ha
eximido de avanzar en la filosofía de la cohabitación; en el Parque Nacional de
Yellowstone, que mide casi lo mismo que toda Asturias, no hay ni una sola
cabeza de ganado, ni una sola persona viviendo aparte de los rangers y técnicos
dedicados a la conservación de la fauna. Allí todo está organizado para evitar
que la influencia humana perjudique a los lobos y a los osos. Sin embargo, en
cuanto los lobos ponen un pie fuera del Parque y matan un solo ternero, son
eliminados sin contemplaciones.
Frente a esta política de segregación norteamericana,
la mayoría de los conservacionistas europeos iban por otro camino. Como Europa es un continente superpoblado,
la última esperanza de los grandes carnívoros era ser tolerados por la
sociedad.
Con ayuda de indemnizaciones
por daños se calmaba el malestar de los ganaderos, con pasos de fauna se
intentaba paliar el efecto de las autopistas y grandes líneas férreas, con
reuniones asesoradas por sociólogos se intentaban encontrar acuerdos entre
conservacionistas y pobladores locales, y las subvenciones a la agricultura y
la ganadería de la PAC para mantener la cultura y los paisajes rurales europeos
como los hemos conocido desde hace siglos permitieron continuar en el campo a
sectores económicos poco competitivos.
Además, la Directiva de Hábitats obligó a los miembros de la Unión Europea a
proteger a los grandes carnívoros, al tiempo que proporcionó recursos
económicos y técnicos para reducir conflictos y hacer políticas de conservación
más eficaces. Ante la mirada escéptica de muchos conservacionistas americanos,
en Europa se fue consolidando la cultura de la cohabitación, que consiste en
alcanzar acuerdos para hacer posible que los grandes carnívoros puedan vivir en
zonas densamente poblados, asumiendo y tratando de minimizar los inevitables
conflictos que esta convivencia conlleva.
El pasado 18 de diciembre, la revista científica
Science –la más prestigiosa del mundo junto con Nature- ha certificado el éxito
de esta política europea de conservación. En un
artículo firmado por más de 70 coautores de 26 países europeos,
entre ellos tres españoles –José Vicente López-Bao, de la Universidad de
Oviedo, y dos miembros de la FOP, Juan Carlos Blanco y Guillermo Palomero–,
Science ha confirmado sin lugar a dudas que los grandes carnívoros europeos se
están recuperando a pesar de vivir en medios densamente poblados. Los 17.000
osos, 12.000 lobos, 9.000 linces euroasiáticos y 1.250 glotones de Europa han
logrado sobrevivir y aumentar conviviendo con ganaderos, cazadores y
actividades económicas diversas, gracias a leyes conservacionistas y una
actitud favorable del público. El artículo demuestra que la mayoría de las
poblaciones europeas de estas especies se encuentran estables o aumentando, y
que el apartheid entre grandes carnívoros y actividades humanas es en Europa un
paradigma inaplicable. En España, los osos cantábricos y los pirenaicos se encuentran
también en proceso de recuperación, y lo mismo ocurre con la población ibérica
de lobos que comparten Portugal y España. La nota que ensombrece esta buena
noticia la pone la población de lobos de Sierra Morena, la única de las 10
poblaciones europeas de lobos en toda Europa que se encuentra en regresión.
La cohabitación, por tanto, ha sido la clave para esta
recuperación, y ésta se basa en prevenir conflictos y en compensar los daños. En este sentido, y refiriéndonos a nuestros
osos, preocupa la tardanza en el pago de los daños que se está registrando en
los últimos años, con comunidades autónomas que pagan hasta 3 y 4 años después
de producido el daño. También es alarmante el abandono que se está dando en
las políticas de prevención en la Cordillera Cantábrica, que contrasta con la
experiencia reciente exitosa de los Pirineos,
donde las acciones de prevención realizadas con las ovejas (con agrupaciones de
rebaños, contratación de pastores y donación de perros de guardia) ha
conseguido que en el año 2014 en el Parque Natural del Alt Pirineu (Lleida) no
se haya registrado un solo ataque de oso.
También es muy necesaria la prevención de incidentes,
concretamente ante la aparición de osos habituados que pueden acabar siendo
problemáticos, disuadiendo a estos ejemplares –casi siempre jóvenes- en los
casos de tolerancia ante la presencia humana. Por último, se debe regular
adecuadamente el uso público en áreas oseras, especialmente el turismo de osos.
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