El 26 de abril de 1986 sucedía un devastador accidente
en la central nuclear de Chernóbil. Se derritieron las barras de combustible
del reactor número cuatro y una enorme explosión dispersó una enorme cantidad
de sustancias radiactivas, las cuales contaminaron una superficie de miles de
kilómetros cuadrados próximos a la central nuclear. Los habitantes de la zona
fueron evacuados y el lugar fue declarado zona de exclusión.
Las
consecuencias para el ambiente y la salud de la mayor catástrofe producida en
una central nuclear perdurarán a través de generaciones.
Así me
escribía, en 1986, el jefe encargado del reactor nuclear que estalló en la
central de Chernóbil (en el norte de Ucrania). La explosión y el incendio que
produjo esparcieron cenizas radiactivas por buena parte de la Europa oriental.
Aunque no reconoció su culpa, fue luego uno de los encarcelados por la parte
que le tocaba en el desastre.
Las investigaciones oficiales subsiguientes han demostrado, sin embargo, que la responsabilidad de esta tragedia espantosa no correspondía sólo a quienes vigilaban la central la noche del 25 y la madrugada del 26 de abril de 1986. Las consecuencias, igualmente, se han extendido mucho más allá de la industria nuclear; los problemas que se han suscitado son fundamentales en una civilización dominada por la técnica. Antes de la explosión, Chernóbil era una pequeña ciudad apenas conocida para el resto del mundo. Desde entonces, su nombre ha entrado en los anales de la historia asociado al peor desastre ambiental de origen técnico. En todo el mundo es metáfora de catástrofe, lo mismo que "Stalingrado" o "Bophal". Sus repercusiones políticas aceleraron el derrumbe del imperio soviético.
Tras cerca de 30 años, la naturaleza repuebla la zona
de la mayor catástrofe nuclear, según los investigadores.
En los años posteriores al desastre, la vida salvaje ha vuelto a poblar la zona abandonada por los humanos. Según un reciente estudio a largo plazo llevado a cabo por Jim Smith, de la Universidad de Portsmouth, y sus colaboradores, en la actualidad viven allí numerosos animales: entre estos, ciervos, alces, jabalíes y lobos. Al parecer, el número de mamíferos es similar al de otras reservas naturales no contaminadas de la región.
Resguardados de la caza
La prohibición de acceder a la zona y el miedo a la
radiación se encargan de que los animales no sufran la amenaza de los
cazadores. Además, la alta densidad de presas supone unas condiciones óptimas
para los lobos: su población actual en Chernóbil es incluso siete veces más
alta que en otras reservas. También los osos y linces, especies extintas en la
zona, han regresado al lugar. Otras, como los bisontes y los caballos salvajes
de Przewalski, han sido introducidas en este paraje con el fin de aumentar la
biodiversidad.
«Nuestro estudio no revela que la radiación sea buena
para los animales, sino que las costumbres humanas, junto con la explotación de
la tierra y la agricultura, la caza y la silvicultura perjudican a las especies
más que la radiactividad», aclara Smith. Estudios anteriores han demostrado que
las sustancias radiactivas pueden perjudicar a muchos individuos. Se constató,
por ejemplo, que las golondrinas que vivían en el entorno donde sucedió el
desastre nuclear presentaban, de promedio, malformaciones (picos deformes o
plumaje poco desarrollado, entre otras) con más frecuencia. Asimismo, se han
documentado daños y mutaciones en insectos, arañas, aves migratorias y peces.
Por ello, Anders Møller, de la Universidad de París-Sur, criticaba hace unos
años la afirmación de que Chernóbil fuese un paraíso natural. Según indicó,
este supuesto «se basa únicamente en informes anecdóticos; no en estudios empíricos».
Casos aislados
Aunque James Morris, de la Universidad de Carolina del
Sur en Columbia, halló que al menos en un inicio los peces y otros animales
presentaban numerosas alteraciones en el ADN así como deformidades físicas,
estos individuos apenas sobreviven hasta la edad adulta, por lo que los efectos
negativos no pasan de generación en generación. Los datos longitudinales
revelan también que la población de jabalíes experimentó un fuerte crecimiento
al inicio; sin embargo, hace unos veinte años se redujo su número, fenómeno que
se atribuye principalmente a la propagación de lobos y a una epidemia. No está
claro si el brote estaba relacionado con un sistema inmunitario debilitado a
causa de la radiación, pero desde entonces la población de jabalíes ha
aumentado de nuevo de manera notable.
«Por primera vez, nuestros resultados demuestran
estadísticamente que la zona de exclusión alrededor de Chernóbil es hoy el
hogar de una rica fauna de mamíferos, independientemente de las posibles
alteraciones que puedan presentar algunos ejemplares a causa de la radiación»,
concluyen los autores.
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