Pese a
precedentes más antiguos, la hipótesis que Alfred Wegener publicó en 1915 es el
origen de la moderna tectónica de placas.
La distribución de los seres vivos sobre
la superficie terrestre fue algo que generó muchas discusiones desde el
Renacimiento. ¿Cómo es que aves del orden Ratites, grandes y no voladoras,
emparentadas entre ellas, alcanzaron regiones tan distantes en el mundo, como son
el avestruz en África, el ñandú en Sudamérica, el casuario en Nueva Guinea y el
emú en Australia? ¿Cómo explicaría este fenómeno?
La deriva continental, teorizada por el
alemán Alfred Wegener
(1915) y la tectónica de placas
(década de los años 60 del siglo XX) son
teorías
geológicas
que explican la forma en que está estructurada la litosfera
desde la Pangea en dos supercontinentes Laurasia y Gondwana hasta llegar a hoy
en un proceso que sigue. El movimiento
de los continentes, la existencia de puentes de tierra, explican cómo
"especies parientes" pueden encontrarse en puntos muy diversos del
planeta separados por masas grandes de agua.
Cuando Alfred Wegener murió –en 1930, durante la
última de sus expediciones a Groenlandia—, la gran idea de su vida había sido
descartada, olvidada y vilipendiada. La idea era la deriva continental, y
habrían de pasar aún 30 años para que se sacara del cajón, se demostrara
correcta y se convirtiera en el fundamento de la gran revolución de la geología,
la moderna tectónica de placas, un salto conceptual comparable al código
genético en la biología. Así son las revoluciones de la ciencia, que no solo
devoran a sus hijos, sino también a sus padres.
La chispa que encendió la
hipótesis de la deriva continental es la misma que habrán observado miles de
niños al echar un vistazo al mapamundi colgado de la pared del aula: el
desconcertante parecido entre las líneas de costa de Sudamérica y África, a los
dos lados del Atlántico.
Y no fue Wegener el primero en reparar en ello.
El filósofo británico Francis Bacon ya mencionó el parecido de las líneas de
costa en su Novum Organum de 1620, y también lo hizo el conde de
Buffon, un naturalista francés del siglo XVIII, y el alemán Alexander von
Humboldt hacia el final de esa misma centuria. Von Humboldt llegó a sugerir que
aquellas dos costas habían estado juntas en el pasado.
Pero Wegener fue mucho más allá de esas meras
impresiones visuales. No solo era explorador, sino también meteorólogo y
geofísico, y ello le permitió reunir un cuerpo de evidencia multidisciplinario
y que, en retrospectiva, se puede considerar más bien aplastante. Wegener
demostró que no solo la forma de las líneas de costa a los dos lados del
Atlántico, sino también las estructuras geológicas del oriente americano y el
occidente africano, sus tipos de fósiles y las secuencias de sus estratos,
presentaban unas similitudes asombrosas.
Recreación sobre cómo, de acuerdo con
las modernas reconstrucciones, Pangea (el supercontinente que existió al final
de la era Paleozoica y comienzos de la Mesozoica que agrupaba la mayor parte de
las tierras emergidas del planeta) se formó hace 300 millones de años y empezó
a romperse hace unos 175 millones de años. Dentro de alrededor de 250 millones
de años los continentes se volverían a juntar en un nuevo supercontinente, denominado
Pangea Proxima.
Wegener también conjeturó que los continentes
representaban placas enormes de una roca más ligera que flotaban sobre
rocas oceánicas más densas, una idea que, aunque no del todo correcta,
prefigura la tectónica de placas moderna.
Wegener
demostró que no solo la forma de las líneas de costa a los dos lados del
Atlántico, sino también las estructuras geológicas del oriente americano y el
occidente africano, sus tipos de fósiles y las secuencias de sus estratos,
presentaban unas similitudes asombrosas.
Pero, como tal vez habría cabido esperar, una
hipótesis tan rompedora con la geología de comienzos del siglo XX, y por muy
bien que estuviera fundamentada, solo podía desatar incredulidades en los
estamentos académicos de la época.
Aunque la deriva continental suscitó en 1915
algunos apoyos, como el de los geólogos Émile Argand y Alexander du Toit,
fueron muchos más los científicos que optaron por quemar al hereje.
“La hipótesis de la deriva”, escriben Romano y
Cifelli, “era tan iconoclasta que se ganó el vitriolo, el ridículo y el
desprecio de los especialistas, cuyos propios trabajos publicados partían de la
premisa de una corteza terrestre horizontalmente inmóvil”.
Pasado el revuelo inicial, la gran idea de
Wegener fue olvidada en un cajón humillante de la historia.
Nuevos
datos sobre paleomagnetismo y sedimentos marinos, junto a la observación de las
cordilleras suboceánicas –por donde emerge de las entrañas de la Tierra el
nuevo suelo que va desplazando los continentes actuales—, reivindicaron la
hipótesis de la deriva continental.
Y allí se quedó hasta tres décadas después de
morir Wegener, cuando nuevos datos sobre paleomagnetismo y sedimentos marinos,
junto a la observación de las cordilleras suboceánicas –por donde emerge de las
entrañas de la Tierra el nuevo suelo que va desplazando los continentes
actuales—, reivindicaron la hipótesis de la deriva continental y desarrollaron
alrededor de ella una nueva síntesis de la geología, la tectónica de placas que
fundamenta esa ciencia en la actualidad.
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