República Democrática del Congo, país con la
mayor masa de bosque tropical de África y uno de los que tesora la mayor
biodiversidad del continente. Realidad de las guerras por los recursos
naturales
El colapso de Congo como Estado, tan grande
como Europa occidental, ha dejado a muchos de sus ciudadanos en una situación
de extrema vulnerabilidad.
La inestabilidad politica y bélica de la
Guerra Mundial de África no da margen a la protección de la valiosa
biodiversidad de la República Democrática del Congo, país con la mayor masa de
bosque tropical de África y con los escasos gorilas orientales de montaña
(Gorilla beringei) y de Grauer famosos por los trabajos de la primatóloga Dian
Fossey.
En un lugar plagado de injusticias, la más
cruel es la que obliga a los niños mineros del este de la República Democrática
del Congo a dejar la escuela para escarbar en las minas artesanales que
proliferan en las provincias de Katanga y los Kivus.
Bushmeat o carne de caza que las comunidades, los soldados cazan del bosque tropical
¿Hablamos de la biodiversidad en las zonas de conflicto bélico apoyado por gobiernos y multinacionales de poderosos países del primer Mundo?
Bushmeat o carne de caza que las comunidades, los soldados cazan del bosque tropical
¿Hablamos de la biodiversidad en las zonas de conflicto bélico apoyado por gobiernos y multinacionales de poderosos países del primer Mundo?
Por menos de un dólar al día, casi desnudos y
a menudo malnutridos, estos menores alimentan el mercado mundial de coltán,
cobre, estaño y cobalto mientras hacen aún más profundo el agujero humano en el
que habitan.
Congo es un país incapaz de sacar partido a sus enormes riquezas naturales, una nueva generación se pierde condenada a trabajar a una edad en la que, en el resto del planeta, los niños van a la escuela y juegan con videojuegos que funcionan con los minerales que ellos arrancan del subsuelo.
"Sin dinero para pagar la escuela y sin
otra forma de mantenerse, muchas familias se ven obligadas a poner a trabajar a
los niños. Muchas veces nos encontramos a familias enteras, padres, hijos y
sobrinos, trabajando juntos en las zanjas".
En el Congo como en ningún otro rincón del
mundo se hace evidente que vivir sobre una tierra llena de riquezas puede ser la
mayor de las condenas para un pueblo y sus niños.
Historia de un expolio
La promesa de una
tierra llena de riquezas fue la que atrajo a Leopoldo II, rey de Bélgica, a
tomar posesión de este rincón de África cubierto de selvas y surcado por
caudalosos ríos en 1884.
Congo no pasó a ser una colonia más, sino la
única propiedad particular de un monarca obsesionado en extraer tanto oro,
maderas y café -entre otros productos tropicales que la metrópoli estaba
ansiosa por consumir- como fuera posible. Las cosas apenas cambiaron a partir
de 1908, cuando el Gobierno belga asumió la soberanía del país, y Congo llegó a
la independencia en 1960 con 16 millones de habitantes y menos de 20
licenciados universitarios.
¿A dónde podía ir un país así?, se pregunta
el periodista Stephen Smith, corresponsal en la zona del diario francés Le Monde, en el libro Negrología. Por qué África muere.
La respuesta es que iría a una de las dictaduras más corruptas y salvajes que
han existido en un continente casi tan rico en minerales como en regímenes
despóticos.
Tras cinco años de convulsiones y en un golpe
promovido por los Gobiernos de Estados Unidos y Bélgica, Mobutu Sese Seko se
adueñó del poder en Congo en 1965, se enriqueció tanto como pudo y no lo soltó
hasta que Laurent Kabila, padre del actual presidente, Joseph Kabila, le echó
del país en 1997.
Pero la vida sin Mobutu no fue mejor para los
congoleños, que pasaron otros siete años sumidos en una guerra en la que se
vieron implicados siete países y que, con más de cuatro millones de muertos,
fue la más sangrienta desde la Segunda Guerra Mundial.
Ahora, la revuelta contra el Gobierno de
Kabila del general tutsi Laurent N'Kunda amenaza con poner fin a la frágil paz
que la comunidad internacional intenta imponer desde 2003.
En estos casi 135 años han pasado los reyes,
los gobiernos y las guerras, pero todos han tenido en común el expolio de un
país y el trabajo infantil en las minas, que han financiado los sistemas que
les explotan.
La pesadilla del coltán
Las nuevas tecnologías llegaron a finales del siglo XX al este de Congo en forma de un nuevo mineral que arrancar de las montañas: el coltán. El país cuenta con las mayores reservas mundiales conocidas (hasta el 80%, según algunos cálculos) de esta extraña aleación de la que se extrae el tantalio, metal de gran resistencia al calor y unas propiedades eléctricas que lo hacen insustituible en los teléfonos móviles, consolas de videojuegos y todo tipo de equipos electrónicos.
Las nuevas tecnologías llegaron a finales del siglo XX al este de Congo en forma de un nuevo mineral que arrancar de las montañas: el coltán. El país cuenta con las mayores reservas mundiales conocidas (hasta el 80%, según algunos cálculos) de esta extraña aleación de la que se extrae el tantalio, metal de gran resistencia al calor y unas propiedades eléctricas que lo hacen insustituible en los teléfonos móviles, consolas de videojuegos y todo tipo de equipos electrónicos.
Gobiernos y multinacionales están detrás de esta catástrofe humanitaria que no deja espacio a la conservación de la biodiversidad que pasa a ser un "asunto menor"
Fácil de extraer y muy valioso -a principios
de esta década se llegó a cotizar a más de 700 euros el kilo-, el coltán fue el
combustible que engrasó las múltiples facciones que protagonizaron la gran
guerra entre 1997 y 2003.
Con el país sumido en una complejísimo
conflicto, con hasta seis facciones que en ocasiones llegaron a luchar todos
contra todos, millones de personas se vieron desplazadas de sus cosechas y, en
una nueva vuelta de tuerca, las mismas minas que financiaban a los grupos en
lucha se convirtieron en focos de atracción para familias enteras que allí
encontraban su única fuente de ingresos.
Pero el mismo mineral que les permitía
subsistir era el que envenenaba todo el sistema político del centro de África.
El pueblo congoleño podía ser pobre, estar
malnutrido y presentar unas tasas de analfabetismo superiores al 33%, pero
quienes estaban detrás de la guerra y la explotación del coltán eran eficientes
ministros, generales y políticos.
Un informe elaborado por expertos del Consejo
de Seguridad de Naciones Unidas en 2002 puso nombre y apellidos a decenas de
militares y gobernantes de Congo, Uganda, Ruanda, Burundi y Zimbabue que,
perfectamente organizados, se lucraron con la exportación del coltán a Europa,
Asia y América.
La explotación del coltán se mantiene hoy en
Congo, aunque ha perdido peso debido al descenso de precios que ha sufrido en
los últimos años.
"Hoy es la casiterita la que está dando
los mayores casos de explotación infantil y trabajos forzados", explica
Carina Tertsakian, de la ONG Global Witness, especializada en denunciar la explotación
de los recursos minerales en Congo.
Este mineral, del que se extrae el estaño,
componente esencial de múltiples aleaciones, predomina en la parte este de
Congo, la más sacudida por la intervención extranjera y las luchas fratricidas
en el país.
Los precios fijados en los mercados
internacionales pueden tener su impacto en las explotaciones minerales en
Congo, pero "poco cambiará sobre el terreno a efectos prácticos",
asegura François Philippart.
"La casiterita y el coltán, por ejemplo,
suelen encontrarse en los mismos sitios y, mientras se mantengan las
estructuras de poder y los sistemas de explotación fuera de la ley, por
milicias o el propio Ejército, los niños seguirán siendo explotados",
añade.
El Estado que no protege
Tras el fin de la guerra, y con el apoyo de
la comunidad internacional, Congo celebró elecciones presidenciales en 2006. Se
abría así un periodo de esperanza que hoy ha defraudado a casi todo el mundo.
Los ejemplos están por todas partes en Goma, capital del Kivu Norte, una ciudad
tomada por el Ejército de la República Democrática del Congo y los cascos azules de la ONU.
Los soldados del Ejército han incurrido en
múltiples violaciones de los derechos humanos contra la población a la que
deben proteger, el último episodio tras la ofensiva de N'Kunda en Goma, cuando
en su retirada se dieron al saqueo, mataron a decenas de civiles y violaron a
miles de mujeres. Los soldados llevaban meses sin cobrar su salario, que se
pierde en la maraña de corrupción de los oficiales.
Desplazados, refugiados, campos de población civil inocente
Desplazados, refugiados, campos de población civil inocente
Tampoco las escuelas del sistema público
funcionan. "Menos de la mitad de los profesores cobra su salario y los
centros se ven obligados a cobrar a los alumnos para pagar al resto y mantener
las instalaciones", afirma Juanjo Aguado, del Servicio Jesuita al
Refugiado, ONG que trata de suplir las carencias de la educación pública en la
zona del Rutshuru, en Kivu Norte.
"Muchas familias no pueden pagar estas
contribuciones, aunque sean pequeñas, lo que aboca a los niños al trabajo
infantil", alerta Tasha Gill, de Unicef en Congo.
La violencia sexual es la otra gran lacra que
se ceba con la infancia en el país.
Sin fuerzas del orden que les protejan ni
educación con la que labrarse un futuro, jóvenes de ambos sexos quedan
expuestos a todas las formas de explotación, desde las violaciones en masa a la
prostitución.
"Para ellos es un trauma que les marca
por toda la vida", explica Gill. "La vergüenza, las enfermedades de
transmisión sexual y el golpe brutal que sufren desde muy pequeños en su
autoestima hace que en muchos casos sólo sean capaces de sobrevivir adoptando
para la edad adulta los hábitos adquiridos de violencia y falta de respeto que
ellos han sufrido".
Congo se encamina hacia otra generación
perdida, la séptima u octava consecutiva desde la llegada del poder colonial.
Los datos de Unicef hablan de un sistema
sanitario público apenas existente, de casi la mitad de los niños sin
escolarizar, de un 31% de menores de cinco años con malnutrición y de una
mortalidad infantil antes del primer año que alcanza a uno de cada doce menores
bebés.
Un informe de Médicos Sin Fronteras alerta de
que, en las zonas en conflicto, cada año mueren uno de cada ocho menores de
cinco años. Unas cifras que no mejoran desde hace dos décadas. Mientras, los
niños siguen trabajando en las minas.
¿Seguimos hablando de la biodiversidad en las zonas de conflicto bélico apoyado por gobiernos y multinacionales de poderosos países del primer Mundo?
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