En España, mucha gente no se ha parado nunca a observar el paso de las aves y rara vez disfruta de un paseo por el campo. La biofilia, la pasión por todo lo que tiene vida y el contacto directo con la naturaleza, se está abandonando poco a poco. Lo que muchos desconocen son los beneficios que aporta a la salud.
Dicen quienes saben de historia del cine que la actriz Tippi
Hedren casi pierde los nervios durante el rodaje de la película Los pájaros. Alfred
Hitchcock consiguió que su rostro expresara el máximo terror al exponerla a
escenas sin previo aviso con aves exaltadas.
El genio del celuloide retrató como nadie la relación del hombre
y las aves en este filme. La suya era una visión terrorífica. Desde los
créditos —que desaparecen de la pantalla como si una bandada de cuervos se los
llevase por delante— esta obra de culto ahonda en varias de sus tantas
obsesiones.
En este caso concreto, parten de un ataque real ocurrido en la
Bahía de Monterrey (California, EE UU), en 1951, debido a la intoxicación de
las aves con ácido domoico.
Verídico también es que, sin pánico pero sin pausa, la sociedad
actual está abandonando el contacto directo con las aves y la naturaleza, una
conexión que lejos de ser dañina, es necesaria, y ayuda, entre otras cosas, a
no 'perder la cabeza'.
“Hay médicos en Suecia y Noruega que están recomendando a
personas mayores con riesgo de enfermedades de deterioro neurológico, como
párkinson o alzhéimer, estancias de quince días en entornos naturales. Sobre
todo, porque se retrasan los síntomas”, explica José Antonio Corraliza,
catedrático de psicología ambiental en la Universidad Autónoma de Madrid, que
ha participado en el encuentro bienal más importante para los estudiosos de las
aves en España, el Congreso Español de Ornitología de SeoBird/Life.
En realidad, no es que los pacientes mejoren, pero los
neurogeriatras han identificado que en los estadios previos de este tipo de
enfermedades hay síntomas depresivos y de irritabilidad que se amortiguan al
estar en contacto con la naturaleza.
El sistema nervioso echa de menos el aire
libre
La hipótesis de la biofilia del entomólogo y biólogo
estadounidense Edward O. Wilson señala que, aunque vivamos en las ciudades,
nuestro sistema nervioso aún echa de menos el tipo de estimulación psicofísica
de los entornos naturales.
“Se ha demostrado que tenemos una predilección por los paisajes
con vegetación y con agua, prácticamente en todas las culturas. Esto quiere
decir que al haber sido cruciales para la supervivencia de la especie, nos
queda el regusto estético por este tipo de elementos”, asegura Corraliza.
Hay médicos nórdicos que recomiendan a personas mayores con
riesgo de alzhéimer estancias de quince días en entornos naturales.
Este rasgo filogenético, propio de la especie, se traduce en el
hecho de que nuestro sistema nervioso mantiene una conexión emocional
normalmente intensa con la naturaleza que facilita el desempeño y
funcionamiento psicológico.
Esto explicaría las estampidas de los fines de semana, “aunque
la gente culturalmente no sepa qué hacer –añade Corraliza– y cuando sale al
campo replica su cuarto de estar a diez metros del coche”.
Niños enjaulados en casa
Aislarse en casa, cobijarse en la ciudad y conocer animales
salvajes solo por los documentales de La 2 es más habitual de lo que debería.
Los científicos se refieren a esta carencia de contacto con la naturaleza como
'trastorno por déficit natural'. No se trata de un síndrome, pero sí lleva
patologías asociadas como la hiperactividad, el sobrepeso, las enfermedades
neumónicas y respiratorias, y el déficit de vitamina D.
Los investigadores han empezado a acuñar este término sobre todo
en poblaciones infantiles, puesto que las generaciones de niños actuales –sobre
todo en países desarrollados– viven muy al margen de la naturaleza, en entornos
muy cerrados.
Desde la Fundación Roger Torné se están organizando visitas de
contacto con la naturaleza en familias desfavorecidas precisamente para que los
niños y niñas se beneficien del aire libre, como el programa Respiro, y que, a partir de este descubrimiento,
forme parte de sus vidas.
“En nuestros programas el 90% de los niños aumenta su capacidad
respiratoria. Se resfrían menos y los que padecen asma sufren menos crisis. En
bastantes casos, además, hemos visto mejoras en su concentración”, apunta Soledad Román, directora de esta Fundación.
Hace años que la psicología ambiental ha demostrado el efecto
restaurador de la naturaleza sobre la fatiga causada por un exceso de atención
concentrada.
Asimismo, un estudio publicado este año en el Journal of
Environmental Psychology –del que Corraliza es coautor– también
ha evaluado cómo los campamentos de verano que se desarrollan en entornos
naturales o naturalizados mejoran las actitudes ambientales de los niños.
“De los tipos de campamentos que analizamos, en aquellos que se
realizaban en lugares con contacto de la naturaleza, los jóvenes asumían más
compromisos proambientales y cambiaban más sus actitudes hacia estos temas.
Esto demuestra que no solo la naturaleza tiene efectos en el bienestar, sino
que también hace que seamos mejores”, subraya el científico.
Heike Freire, pedagoga, escritora y especialista en innovación
educativa lo resalta: “Dependemos de la tierra para vivir. La educación
ambiental debe basarse, antes que en conocimientos intelectuales, en el
contacto directo con la naturaleza. Se cuida de aquello que se quiere y se ama
aquello que se conoce, no de oídas o por relatos o imágenes”.
La atención difusa, nuestro estado natural
Hace años que la psicología ambiental ha demostrado el efecto
restaurador de la naturaleza sobre la fatiga causada por un exceso de atención
concentrada.
“Basta dar un paseo durante unos 20 minutos por un espacio
verde, o incluso contemplar vegetación desde una ventana para mejorar nuestra
capacidad de realizar tareas intelectuales”, dice Freire.
Esto sucede porque la naturaleza nos permite descansar el foco
volviendo a una atención más abierta: la atención difusa, que no está
focalizada en un punto y que es el estado natural del ser humano.
"Se cuida de aquello que se quiere y se ama aquello que se
conoce", dice Heike Freire.
“También permite –asevera la pedagoga– una regulación energética
y emocional, nos ayuda a enfrentar con más recursos conflictos y situaciones
traumáticas, y libera el movimiento, afina la sensibilidad y favorece la
expresión de los sentimientos. La naturaleza es una medicina barata, fácil de
administrar y sin efectos secundarios”.
Por contra, el sedentarismo es la lacra de nuestra cultura.
Nunca antes en su historia el ser humano había pasado tanto tiempo sentado y
quieto. Este estilo de vida es responsable de muchas de las enfermedades de
adultos y niños. La falta de movimiento resulta catastrófica para su desarrollo
sensorial, motor, emocional, social e intelectual.
“El cambio a la vida sedentaria con disminución del ejercicio y
el menor contacto con la naturaleza está incrementando los trastornos
respiratorios, la obesidad y los trastornos metabólicos asociados a ella”,
enfatiza Manuel Praena, profesor asociado de pediatría del Departamento de
Farmacología, Pediatría y Radiología en la Universidad de Sevilla.
Si se analizan los relatos de los paseos que hacían los
escritores de la generación del 98, como Machado, Delibes o Azorín, uno se da
cuenta de que su descripción era inspiradora.
“Ellos lo contaban en plan poético, pero en realidad, lo que hay
es un óptimo nivel de funcionamiento psicológico. Una experiencia que los
psicólogos llamamos de atención involuntaria", concluye Corraliza. Es
decir, cuando vas dando un paseo, te fijas en el vuelo de un pájaro o en el
correr del agua, no te conviertes en poeta, pero liberas el funcionamiento
cognitivo.
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