Esta pregunta era una de las típicas que suele escucharse en los pasillos de una Facultad de Biología.
Su respuesta, en uno u otro sentido, asociaba al
interrogado a tareas profesionales claramente diferenciadas. Los primeros
empleaban gran parte de su tiempo en tomar muestras en campo y mar, mientras
los segundos se encerraban en laboratorios repletos de sofisticada
instrumentación científica. Pero estas tareas traían también consigo, a mi modo
de ver, un cierto patrón comportamental.
Los biólogos de bata, llamados así por su
característica indumentaria, solían ser escrupulosos en la limpieza de sus
enseres y calidad de su instrumental, en el control de los tiempos, en la
excesiva precisión de sus medidas y en la búsqueda de resultados concretos a
preguntas concretas. Características incuestionables para el trabajo que debían
desarrollar.
Pero además, en sus tareas investigadoras se planteaban hipótesis sobre cuestiones más generales, muchas veces sin imaginar una solución a priori. El trabajo de campo no permitía una excesiva pulcritud, además de desarrollarse muchas veces bajo condiciones climáticas poco cómodas. La enorme cantidad de combinaciones metodológicas que se producían al plantear un estudio de un determinado ecosistema o hábitat, unidas a la escasa financiación para contratar técnicos de apoyo a los muestreos y a la falta de instrumentación específica (o realmente costosa) para la toma de determinadas muestras, daba como resultado un inmediato “Eso no se puede hacer”.
La creatividad aparecía como único catalizador. En
pocos minutos, tras sentarse delante de un papel y un lápiz, comenzaban a
surgir posibles soluciones, poco ortodoxas pero que científicamente podrían ser
válidas. Cómo, el caso de un sumergible científicos más modernos que baja a las
dorsales oceánicas, recoja con su brazo robotizado de centenas de miles de
dólares, un erizo del fondo marino con un barato "escurridor de cocina".
El reto de un científico de campo comienza con el
planteamiento del diseño muestral. La imaginación al poder.
Un biólogo de botas que se precie debería ser versátil
y saber algo de carpintería, mecánica, electricidad, electrónica, resistencia
de materiales y algún que otro oficio más.
Ciertamente hoy día hay más recursos para financiar
equipos más costosos y más específicos para las diferentes tareas, pero detrás
de estos equipos siempre hay un científico creativo intentando mejorarlo,
adaptarlo a distintas condiciones o re-configurándolo para que trabaje en una
tarea diferente de aquella para la que se diseñó.
Sin generalizar, pues no todos los biólogos de botas
se ven agraciados con la misma versatilidad, depende del país y de la importancia
que se dé a la ciencia emanada del "biólogo de bota".
Existe, parece ser, una relación inversa entre la
cantidad de fondos recibidos para el desarrollo de proyectos y la capacidad
imaginativa a la hora de plantear los diseños experimentales. Muchos colegas
con elevados presupuestos tienen gran facilidad para adquirir cualquier equipo
o instrumental por muy sofisticado que parezca, o simplemente gozan de la
comodidad de tirar de catálogos de suministros de laboratorio sin reparar en su
coste. Probablemente sea en muchos casos la única vía o incluso con el
equipamiento apropiado se da una rápida respuesta a las cuestiones estudiadas.
Eso sí, se debe apreciar este carácter inquieto e
imaginativo de los científicos de bota, aunque, a veces, no se acomode en aras
de la facilidad de la toma de datos.
Un ejemplo: un científico se encuentra a bordo del
buque oceanográfico Hespérides, rumbo hacia el Atlántico Sur, con el que
pretendemos realizar una expedición oceanográfica alrededor del mundo para
estudiar el océano profundo.
Se trata de la llamada Expedición Malaspina 2010.
La cantidad de equipos oceanográficos y de análisis
que llevamos a bordo es enorme, como corresponde a un proyecto de esta
envergadura.
Sin embargo, no dispone de un muestreador para capturar microplancton profundo (plancton más pequeño que 0,02 mm y que se encuentra por debajo de los 2000 m). Encargar el diseño y la construcción de un nuevo equipo para este objetivo concreto, supondría un gasto de varios miles de euros por cada muestra extraída.
Sin embargo, no dispone de un muestreador para capturar microplancton profundo (plancton más pequeño que 0,02 mm y que se encuentra por debajo de los 2000 m). Encargar el diseño y la construcción de un nuevo equipo para este objetivo concreto, supondría un gasto de varios miles de euros por cada muestra extraída.
Dejando al margen conceptos técnicos, los ingenieros o
tecnólogos que diseñan este tipo de equipos nunca se plantearon diseñar esta
instrumentación, supongo que, entre otras razones, porque hasta ahora no se
habían planteado objetivos definidos en este proyecto.
La estrecha cooperación de un grupo de científicos de
botas, inquietos y apasionados por este proyecto ha patentado un nuevo aparato,
basado en la “fusión” de otros dos equipos utilizados diariamente, uno en la
toma de muestras de plancton a poca profundidad, y otro en la toma de muestras
de agua a grandes profundidades. Con él se permite no sólo obtener estas
ansiadas muestras, sino que además el coste de su extracción es nulo.
“La necesidad crea el órgano”, quizás Lamarck no
estuvo muy acertado con estas palabras en su contexto original, pero ellas
encajan perfectamente en el caso de la creación de nueva tecnología científica.
Quizás se debería abogar por una relación más profunda
tanto entre grupos de investigación, como también y quizás más, entre
científicos de campo, ingenieros, tecnólogos, todos aportando su creatividad,
conocimiento e intuición para el beneficio común.
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