La vida y su conservación

Las especies son esenciales en el funcionamiento de la vida en nuestra casa que es nuestro planeta; por eso, es importante conservarlas.
Con este objetivo, tenemos que saber cómo son, cómo se organizan en comunidades y cómo interactúan en los sistemas ecológicos.
En el último siglo XX, hemos visto degradaciones ambientales enormes: muchas especies en extinción o en drástica reducción de sus poblaciones, la destrucción o alteración rápida de sus ecosistemas y cambios nunca vistos en el clima del planeta. Esta gran crisis ambiental ha coincido con la disminución de las ciencias naturales en los centros académicos de referencia.
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domingo, 8 de noviembre de 2015

La posición de líder se gana por experiencia en humanos y demás mamíferos, no es genético.




Cuando no se entiende nada del comportamiento del Homo sapiens, lo mejor suele ser mirar a otras especies que llevaban millones de años enfrentándose a los mismos problemas, y que aparentemente los han resuelto bastante bien. 

¿Es usted de los que creen que los humanos somos esencialmente diferentes de las hienas, los elefantes y las suricatas? 

Aprendamos algo de la Mother Nature.



La familia Bush, como antes el clan de los Kennedy, parecen indicar que hay factores genéticos en el liderazgo, y eso por no hablar de las monarquías antiguas y modernas. Y lo cierto es que esto es exactamente así en las sociedades de hienas y en la tribu de los Nootka, unos indios de la costa noroccidental de Canadá. Pero las hienas y los indios canadienses son tan excepcionales como las monarquías: en el resto de los mamíferos, el liderazgo hay que ganárselo con talento y experiencia. Los genes no ayudan mucho.

Los humanos, por cierto, somos verdaderamente picajosos con nuestros líderes, al menos en comparación con el resto del mundo animal. Los líderes de las demás especies sociales de mamíferos se pueden describir sin complejos como dictatoriales, y ejercen un poder despótico sobre su grupo. Los líderes humanos son efímeros y prescindibles, comos se puede comprobar no ya en las democracias –donde la eternidad se mide en múltiplos de cuatro años—, sino también en las dictaduras del mundo árabe o del África subsahariana.

Los líderes de las especies sociales de mamíferos se pueden describir sin complejos como dictatoriales, y ejercen un poder despótico sobre su grupo.


“Mientras que las investigaciones anteriores solían partir de la premisa de que el liderazgo es intrínsecamente diferente, o más complejo, en los humanos que en los demás mamíferos”, dice la evolucionista Jennifer Smith, del Mills College en Oakland, California, “nosotros hemos empezado sin ninguna preconcepción acerca de ello”. Y el resultado, ya se imaginan, es que hay muchas más similitudes de lo que se pensaba entre los líderes humanos y los que caminan a cuatro patas. 

Desde Copérnico, la historia de la ciencia es la historia de nuestra expulsión del Paraíso. Triste condición humana.

La investigación arranca de una reunión de evolucionistas, antropólogos, psicólogos experimentales y matemáticos reunidos en abril en el Instituto Nacional de Síntesis entre Biología y Matemáticas, en la Universidad de Tenessee, Estados Unidos, y publicado ahora en  Trends in Ecology and Evolution, una publicación científica de referencia en el campo. El trabajo se titula “El liderazgo en las sociedades de mamíferos”, y sí, nosotros pertenecemos a esa categoría, mal que nos pese.


Las similitudes entre el líder humano y el elefantino no son tan sorprendentes, después de todo. Gran parte de los mecanismos cognitivos –es decir, gran parte de la estructura innata del cerebro— son comunes a todos los mamíferos: la dominancia y la subordinación, la capacidad para formar alianzas y el proceso de formación de decisiones están más condicionados por la biología de lo que nos gustaría creer. 

A menudo los resultados ocupan las primeras páginas de los periódicos.

A quienes quieran organizar una sociedad de manera inteligente y justa, los genes no les van a ayudar mucho. Será mejor que viajen, estudien politolología en una universidad cosmopolita y lean a los grandes pensadores. Caer en la biología de la estepa, el racismo y la exclusión no parece una gran idea, por más que se empeñen las hienas.

miércoles, 1 de octubre de 2014

¿Biólogo de bota o biólogo de bata?


Esta pregunta era una de las típicas que suele escucharse en los pasillos de una Facultad de Biología.
 Su respuesta, en uno u otro sentido, asociaba al interrogado a tareas profesionales claramente diferenciadas. Los primeros empleaban gran parte de su tiempo en tomar muestras en campo y mar, mientras los segundos se encerraban en laboratorios repletos de sofisticada instrumentación científica. Pero estas tareas traían también consigo, a mi modo de ver, un cierto patrón comportamental.



 Los biólogos de bata, llamados así por su característica indumentaria, solían ser escrupulosos en la limpieza de sus enseres y calidad de su instrumental, en el control de los tiempos, en la excesiva precisión de sus medidas y en la búsqueda de resultados concretos a preguntas concretas. Características incuestionables para el trabajo que debían desarrollar.
 
Los biólogos de botas se rodeaban de un contexto diferente. La bata no era por regla general su indumentaria de trabajo, más bien la repudiaban, cambiándola por las botas chirucas, pantalones de pana y chalecos gordos de lana. Ciertamente una bata no era operativa para trabajar en un barco o subirse a un alcornoque. 



Pero además, en sus tareas investigadoras se planteaban hipótesis sobre cuestiones más generales, muchas veces sin imaginar una solución a priori. El trabajo de campo no permitía una excesiva pulcritud, además de desarrollarse muchas veces bajo condiciones climáticas poco cómodas. La enorme cantidad de combinaciones metodológicas que se producían al plantear un estudio de un determinado ecosistema o hábitat, unidas a la escasa financiación para contratar técnicos de apoyo a los muestreos y a la falta de instrumentación específica (o realmente costosa) para la toma de determinadas muestras, daba como resultado un inmediato “Eso no se puede hacer”. 

 
La creatividad aparecía como único catalizador. En pocos minutos, tras sentarse delante de un papel y un lápiz, comenzaban a surgir posibles soluciones, poco ortodoxas pero que científicamente podrían ser válidas. Cómo, el caso de un sumergible científicos más modernos que baja a las dorsales oceánicas, recoja con su brazo robotizado de centenas de miles de dólares, un erizo del fondo marino con un barato "escurridor de cocina".

El reto de un científico de campo comienza con el planteamiento del diseño muestral. La imaginación al poder.

Un biólogo de botas que se precie debería ser versátil y saber algo de carpintería, mecánica, electricidad, electrónica, resistencia de materiales y algún que otro oficio más.

Ciertamente hoy día hay más recursos para financiar equipos más costosos y más específicos para las diferentes tareas, pero detrás de estos equipos siempre hay un científico creativo intentando mejorarlo, adaptarlo a distintas condiciones o re-configurándolo para que trabaje en una tarea diferente de aquella para la que se diseñó.


Sin generalizar, pues no todos los biólogos de botas se ven agraciados con la misma versatilidad, depende del país y de la importancia que se dé a la ciencia emanada del "biólogo de bota".

Existe, parece ser, una relación inversa entre la cantidad de fondos recibidos para el desarrollo de proyectos y la capacidad imaginativa a la hora de plantear los diseños experimentales. Muchos colegas con elevados presupuestos tienen gran facilidad para adquirir cualquier equipo o instrumental por muy sofisticado que parezca, o simplemente gozan de la comodidad de tirar de catálogos de suministros de laboratorio sin reparar en su coste. Probablemente sea en muchos casos la única vía o incluso con el equipamiento apropiado se da una rápida respuesta a las cuestiones estudiadas.
Eso sí, se debe apreciar este carácter inquieto e imaginativo de los científicos de bota, aunque, a veces, no se acomode en aras de la facilidad de la toma de datos.

Un ejemplo: un científico se encuentra a bordo del buque oceanográfico Hespérides, rumbo hacia el Atlántico Sur, con el que pretendemos realizar una expedición oceanográfica alrededor del mundo para estudiar el océano profundo.

Se trata de la llamada Expedición Malaspina 2010.

La cantidad de equipos oceanográficos y de análisis que llevamos a bordo es enorme, como corresponde a un proyecto de esta envergadura.
Sin embargo, no dispone de un muestreador para capturar microplancton profundo (plancton más pequeño que 0,02 mm y que se encuentra por debajo de los 2000 m). Encargar el diseño y la construcción de un nuevo equipo para este objetivo concreto, supondría un gasto de varios miles de euros por cada muestra extraída.

Dejando al margen conceptos técnicos, los ingenieros o tecnólogos que diseñan este tipo de equipos nunca se plantearon diseñar esta instrumentación, supongo que, entre otras razones, porque hasta ahora no se habían planteado objetivos definidos en este proyecto.

La estrecha cooperación de un grupo de científicos de botas, inquietos y apasionados por este proyecto ha patentado un nuevo aparato, basado en la “fusión” de otros dos equipos utilizados diariamente, uno en la toma de muestras de plancton a poca profundidad, y otro en la toma de muestras de agua a grandes profundidades. Con él se permite no sólo obtener estas ansiadas muestras, sino que además el coste de su extracción es nulo.

“La necesidad crea el órgano”, quizás Lamarck no estuvo muy acertado con estas palabras en su contexto original, pero ellas encajan perfectamente en el caso de la creación de nueva tecnología científica.

Quizás se debería abogar por una relación más profunda tanto entre grupos de investigación, como también y quizás más, entre científicos de campo, ingenieros, tecnólogos, todos aportando su creatividad, conocimiento e intuición para el beneficio común.