La vida y su conservación

Las especies son esenciales en el funcionamiento de la vida en nuestra casa que es nuestro planeta; por eso, es importante conservarlas.
Con este objetivo, tenemos que saber cómo son, cómo se organizan en comunidades y cómo interactúan en los sistemas ecológicos.
En el último siglo XX, hemos visto degradaciones ambientales enormes: muchas especies en extinción o en drástica reducción de sus poblaciones, la destrucción o alteración rápida de sus ecosistemas y cambios nunca vistos en el clima del planeta. Esta gran crisis ambiental ha coincido con la disminución de las ciencias naturales en los centros académicos de referencia.

lunes, 30 de noviembre de 2015

La deriva continental de Alfred Wegener (1915) cumple 100 años



Pese a precedentes más antiguos, la hipótesis que Alfred Wegener publicó en 1915 es el origen de la moderna tectónica de placas.

La distribución de los seres vivos sobre la superficie terrestre fue algo que generó muchas discusiones desde el Renacimiento. ¿Cómo es que aves del orden Ratites, grandes y no voladoras, emparentadas entre ellas, alcanzaron regiones tan distantes en el mundo, como son el avestruz en África, el ñandú en Sudamérica, el casuario en Nueva Guinea y el emú en Australia? ¿Cómo explicaría este fenómeno?

La deriva continental, teorizada por el alemán  Alfred Wegener (1915) y la tectónica de placas (década de los años 60 del siglo XX)  son teorías geológicas que explican la forma en que está estructurada la litosfera desde la Pangea en dos supercontinentes Laurasia y Gondwana hasta llegar a hoy en un proceso que sigue.  El movimiento de los continentes, la existencia de puentes de tierra, explican cómo "especies parientes" pueden encontrarse en puntos muy diversos del planeta separados por masas grandes de agua.

Cuando Alfred Wegener murió –en 1930, durante la última de sus expediciones a Groenlandia—, la gran idea de su vida había sido descartada, olvidada y vilipendiada. La idea era la deriva continental, y habrían de pasar aún 30 años para que se sacara del cajón, se demostrara correcta y se convirtiera en el fundamento de la gran revolución de la geología, la moderna tectónica de placas, un salto conceptual comparable al código genético en la biología. Así son las revoluciones de la ciencia, que no solo devoran a sus hijos, sino también a sus padres.

La chispa que encendió la hipótesis de la deriva continental es la misma que habrán observado miles de niños al echar un vistazo al mapamundi colgado de la pared del aula: el desconcertante parecido entre las líneas de costa de Sudamérica y África, a los dos lados del Atlántico. 

Y no fue Wegener el primero en reparar en ello. El filósofo británico Francis Bacon ya mencionó el parecido de las líneas de costa en su Novum Organum de 1620, y también lo hizo el conde de Buffon, un naturalista francés del siglo XVIII, y el alemán Alexander von Humboldt hacia el final de esa misma centuria. Von Humboldt llegó a sugerir que aquellas dos costas habían estado juntas en el pasado.

Pero Wegener fue mucho más allá de esas meras impresiones visuales. No solo era explorador, sino también meteorólogo y geofísico, y ello le permitió reunir un cuerpo de evidencia multidisciplinario y que, en retrospectiva, se puede considerar más bien aplastante. Wegener demostró que no solo la forma de las líneas de costa a los dos lados del Atlántico, sino también las estructuras geológicas del oriente americano y el occidente africano, sus tipos de fósiles y las secuencias de sus estratos, presentaban unas similitudes asombrosas.


Recreación sobre cómo, de acuerdo con las modernas reconstrucciones, Pangea (el supercontinente que existió al final de la era Paleozoica y comienzos de la Mesozoica que agrupaba la mayor parte de las tierras emergidas del planeta) se formó hace 300 millones de años y empezó a romperse hace unos 175 millones de años. Dentro de alrededor de 250 millones de años los continentes se volverían a juntar en un nuevo supercontinente, denominado Pangea Proxima.

Wegener también conjeturó que los continentes representaban placas enormes de una roca más ligera que flotaban sobre rocas oceánicas más densas, una idea que, aunque no del todo correcta, prefigura la tectónica de placas moderna.

Wegener demostró que no solo la forma de las líneas de costa a los dos lados del Atlántico, sino también las estructuras geológicas del oriente americano y el occidente africano, sus tipos de fósiles y las secuencias de sus estratos, presentaban unas similitudes asombrosas.

Pero, como tal vez habría cabido esperar, una hipótesis tan rompedora con la geología de comienzos del siglo XX, y por muy bien que estuviera fundamentada, solo podía desatar incredulidades en los estamentos académicos de la época. 

Aunque la deriva continental suscitó en 1915 algunos apoyos, como el de los geólogos Émile Argand y Alexander du Toit, fueron muchos más los científicos que optaron por quemar al hereje. 

“La hipótesis de la deriva”, escriben Romano y Cifelli, “era tan iconoclasta que se ganó el vitriolo, el ridículo y el desprecio de los especialistas, cuyos propios trabajos publicados partían de la premisa de una corteza terrestre horizontalmente inmóvil”.

Pasado el revuelo inicial, la gran idea de Wegener fue olvidada en un cajón humillante de la historia.
Nuevos datos sobre paleomagnetismo y sedimentos marinos, junto a la observación de las cordilleras suboceánicas –por donde emerge de las entrañas de la Tierra el nuevo suelo que va desplazando los continentes actuales—, reivindicaron la hipótesis de la deriva continental.

Y allí se quedó hasta tres décadas después de morir Wegener, cuando nuevos datos sobre paleomagnetismo y sedimentos marinos, junto a la observación de las cordilleras suboceánicas –por donde emerge de las entrañas de la Tierra el nuevo suelo que va desplazando los continentes actuales—, reivindicaron la hipótesis de la deriva continental y desarrollaron alrededor de ella una nueva síntesis de la geología, la tectónica de placas que fundamenta esa ciencia en la actualidad.

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