La vida y su conservación

Las especies son esenciales en el funcionamiento de la vida en nuestra casa que es nuestro planeta; por eso, es importante conservarlas.
Con este objetivo, tenemos que saber cómo son, cómo se organizan en comunidades y cómo interactúan en los sistemas ecológicos.
En el último siglo XX, hemos visto degradaciones ambientales enormes: muchas especies en extinción o en drástica reducción de sus poblaciones, la destrucción o alteración rápida de sus ecosistemas y cambios nunca vistos en el clima del planeta. Esta gran crisis ambiental ha coincido con la disminución de las ciencias naturales en los centros académicos de referencia.

martes, 13 de enero de 2015

La ciencia participativa como modelo económico de hacer ciencia



El los últimos años, los medios de comunicación se hacen eco en sus noticias de diversos tipos de participación ciudadana en la resolución de serios problemas científicos. Sin embargo, la denominada investigación participativa no resulta ser una nueva actividad en modo alguno, habiéndose producido durante décadas en diversas ramas del conocimiento. Ahora bien, su reconocimiento y promoción, pueden acelerar ciertas investigaciones e incluso modificar el rumbo de la actividad científica en el futuro. Más aún, su aceptación social podría ayudar a mejorar la imagen de la ciencia y el interés que despierta entre los ciudadanos, así como también su cultura científica, de la que tanto se lamentan algunos científicos desde sus torres de marfil.


Sin embargo, cabe mentar que existen muchos tipos distintos de lo que se ha convenido en denominar “investigación participativa” a la que yo preferiría denominar ciudadana. Del mismo modo, podría abaratar diversos proyectos de investigación.

 
Y digo que no es un hecho nuevo, por cuanto existen múltiples tipos y variantes. Muchas personas aficionadas a la ornitología pasan muchos fines de semana con amigos asociados a SEO, ICO y otras entidades, ayudando a atrapar aves con vistas a pesarlas, medirlas y ponerles un anillo en una patita etc. para volverlas a soltar después, hasta que otro miembro de la SEO o un ornitólogo profesional las capturara, extrajera la información pertinente (de la anilla) y volviera a liberar. En ornitología tal práctica ha sido capital con vistas a mejorar nuestros conocimientos sobre la ecología, diversidad, biogeografía y hábitos de la avifauna. Tal actividad no es muy diferente de que realizan actualmente los denominados parataxónomos, es decir ciudadanos interesados en colaborar en el inventario de la biodiversidad tras un curso de instrucción.

Del mismo modo, en astronomía, múltiples aficionados llevan años colaborando con los expertos con sus telescopios caseros, demostrándose que su actividad e interés, al margen de ser dignos de encomio, ha dado lugar a más que interesantes hallazgos.


Actualmente cualquier persona puede llegar a ser “protagonista”, más que un mero colaborador de segunda fila, si le llega la oportunidad.



Vivimos en una sociedad en donde existen muchos ciudadanos con un alto grado de formación, interés y talento dedicados a menesteres ajenos a la ciencia que vieron frustrada su vocación por algun motivo. Muchos de nosotros llegamos a ser investigadores o no, en función de las circunstancias y oportunidades que nos ha tocado sobrellevar a lo largo de nuestras trayectorias vitales. 


Es decir si al talento nos referimos, “ni están todos los que son, ni son todos los que están”. 

Empero la investigación participativa puede servir a la sociedad a rescatar lumbreras que hoy viven en la sombra
Los profesionales deben ser humildes y ayudar en tales actividades, más que estorbar perjudicados mentalmente por una arrogancia corporativa mal entendida. Miles de personas pueden ayudar a aportar datos para la realización de un proyecto concreto o solventar un tema determinado. Pero hay más.



Cuando trabajas en ciencia, la propia instrucción refuerza parte de nuestras potencialidades a costa de castrar otras. Los propios avances en un momento dado pueden desviar la atención de “esos pequeños detalles” que a la postre pueden dar lugar a notables descubrimientos si se repara en los mismos. No cabe duda que personas con talento y/o atesoradoras de algunas dotes excepcionales, que sean ajenas a los entresijos de la comunidad científica, pueden y deben aportar soluciones sumamente originales a viejos o nuevos problemas que aun permanecen por resolver. Se trata de aire fresco, no viciado o enturbiado por un tipo de formación muy concreta o especializada.



Más aun, las nuevas tecnologías de la información y comunicación (TIC), nos sirven para generar redes en tiempo real que aglutinen una comunidad de intereses concretos. Ficharos, imágenes, videos y opiniones pueden ser leídos o escuchados inmediatamente por otros colegas, profanos o legos en la materia.
Ya no se trata de que los ciudadanos partiendo del mero voluntarismo colaboradores en algunos temas concretos. Son muchas las personas que han visto frustrada su vocación y que hoy se encuentran capacitados para demostrar su valía. 

¿Por qué debemos soslayar ese inmenso capital humano?

  
Los cursos de formación y adiestramiento, si son necesarios, pueden generarse y también estar disponibles al público interesado sean presenciales u on line. De este modo, una persona con sus potenciales aportaciones, puede terminar siendo recompensada y satisfecha tanto intelectual como emocionalmente. Así, al despertarles de nuevo su interés vocacional, se amplían sus horizontes, incrementando a la postre la masa crítica de la comunidad científica.


Otro tipo de indagación científica proviene de entender la investigación participativa de un modo casi opuesto. Ante ciertos problemas que afectan a un colectivo (por ejemplo una plaga agrícola, o la falta de dinero para sanear y fertilizar los cultivos) los expertos pueden interesarse por estos, acercarse a los afectados y proponerles ciertos ensayos o experimentos ante los que unos y otros intercambiarán experiencias y esfuerzos. Tal modo de proceder imbrica al ciudadano en los quehaceres científicos, a la par que perimte ahorrar mucho dinero a la administración, como a ellos mismos. 
 
La integración de los agricultores colaborando en estudios de  desinfección de suelos tutelados por científicos han realizado grandes aportaciones y ahora conocen más el problema y cómo evitarlo o minimizarlo; están más que agradecidos, y valoran la actividad científica más que nunca

Resulta estúpido quejarse hipócritamente de la incomprensión ciudadana por la ciencia si los científicos se convierten en parte del problema, que no de la solución. 


El formación en la investigación participativa debería iniciarse en las escuelas primarias, cuando a los niños y niñas se les despierta la curiosidad por el mundo que les rodea. Jugar aprendiendo y con la colaboración de los maestros, así como de los propios científicos. La divulgación científica para niños debería fomentarse y reconocerse. 

¿No ayudamos a hacer las tareas a nuestros hijos?, ¿Por qué no entonces transmitir nuestros saberes a miles, escribiendo, por ejemplo, en un blog?

Existen incluso criaturas con trastornos o problemas mentales que pueden atesorar talentos ocultos a la hora de resolver ciertos problemas de importancia científica. 


Su colaboración en tales iniciativas podría ser también parte de su terapia. Cuando un humano percibe el mundo de una manera distorsionada, puede desarrollar capacidades y percepciones singulares, que a la postre han demostrado ser en ocasiones muy útiles o valiosas. Empero nuestra sociedad desprecia todo lo que es considerado “anormal”, arrinconando a los mismos en sus familias o centros de rehabilitación que no analizan tales tesoros ocultos. 

Hoy por hoy, la investigación participativa debiera traspasar la frontera de lo ocasional y/o anecdótico para abrir un nuevo modo de hacer ciencia. La investigación participativa, o al menos la preparación para realizarla, debería pues iniciarse en la infancia y formar parte de sus aspectos curriculares escolares.



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